quinta-feira, 29 de julho de 2010

Despenca número de bolsas de doutorado integral no exterior

Queda de 80% não interessa à ciência brasileira, afirma CNPq.



Fazer doutorado em uma grande universidade estrangeira com bolsa de uma instituição brasileira é um sonho cada vez distante para os estudantes do país.

Segundo dados apresentados na conferência da SBPC (Sociedade Brasileira para o Progresso da Ciência), em Natal, entre 1992 e 2007 o número de bolsas do CNPq no exterior caiu de quase 2.800 para cerca de 500 -um tombo de mais de 80%.

Já o doutorado-sanduíche, em que o aluno fica parte do curso fora do Brasil, teve um ligeiro crescimento no período. Hoje há cerca de 5.000 alunos na modalidade.

Desde 2007, as bolsas integrais recebem menos dinheiro do CNPq do que as chamadas bolsas-sanduíche.

"Foi um decréscimo exagerado. Os programas de bolsas no exterior ficaram suprimidos, é preciso corrigir isso", diz Carlos Aragão, presidente do CNPq.

"Conforme vão aparecendo novos programas de pós-graduação no Brasil, os estudantes que antes sairiam ficam por aqui. Mas o país tornou isso uma regra", afirma.

Ele lembra que é bom ter brasileiros fora do país para criar, além da rede de contatos, um fluxo de ideias entre o Brasil e o exterior.

"É importante ter estudantes que vão para o exterior. Quando voltam, trazem oxigênio para o sistema."

O próprio Aragão fez doutorado nos Estados Unidos, no final dos anos 1970. "Criei uma relação com a Universidade Princeton, onde estudei, que é para sempre. Bolsas no exterior são fundamentais para estabelecer parcerias duradouras."

A internacionalização da ciência brasileira foi tema de debate em Natal e, segundo Aragão, é prioridade para o CNPq, que planeja trazer estrangeiros para os comitês que avaliam os projetos submetidos ao órgão.


terça-feira, 27 de julho de 2010

Entrevista Judith Butler: " "La lucha debe ser por una vida vivible"


Abaixo reproduzo a interessante entrevista - em espanhol - com a filósofa e teórica feminista Judith Butler, publicada pela Revista Ñ. Direitos Humanos e seus limites, pensamento de esquerda e a atualidade, violência estatal, a relação entre guerra, imigração e sexualidade, são alguns dos temas abordados pela autora.

-¿Qué significa hoy "ser de izquierda"?

-Pienso que los nuevos modos de hacer la guerra llaman a pensar nuevos modos de responsabilidad política.
¿Cómo entendemos los mecanismos básicos de opresión y sujeción cuando el agente no es exclusivamente el Estado-nación? ¿Cómo debemos entender el papel de los medios digitales dentro de los sistemas de guerra? ¿Necesitamos una crítica de estos sistemas de comunicación para poder ofrecer una crítica de la guerra? La izquierda está fragmentada. Las coaliciones antimilitaristas están lejos de los partidos socialistas y socialdemócratas oficiales. Tenemos que repensar esta distancia, entender esta división y operar dentro de ella.


-En la introducción del libro, pone reparos sobre la situación de la izquierda en relación con el gobierno de Barack Obama.

-Marcos de guerra fue publicado poco antes de la asunción de Obama y esos reparos eran ciertos. Obama continuó las políticas de Bush más de lo que habíamos esperado. Hemos visto la escalada de la guerra en Afganistán, el uso creciente de los aviones no tripulados que siempre matan a civiles, una manera mercantilista de concebir la seguridad social y un fracaso para oponerse firmemente al ataque israelí en Gaza. En estos casos se juega cuáles vidas pueden ser lloradas y cuáles no. Su retórica es mucho más inspirada que sus acciones. La cuestión es si la población aceptará o no esta distancia entre el discurso y las acciones de Obama.

-En relación con las vidas que pueden o no ser lloradas, usted plantea que los medios cumplen un papel importante en estas definiciones, que exacerban el dolor de las víctimas para generar una política de la venganza donde ya no pueda ser recibida la demanda de una vida digna de ser llorada. ¿Estaríamos ante una suerte de "ejecución pública" realizada mediáticamente?

-No quisiera que se entienda que los medios simplemente manipulan los afectos. No creo que puedan jugar con nosotros tan fácilmente. Pero creo que podemos entender a los medios como aquello que construye la idea de "una vida digna de ser llorada". Ciertas presunciones sobre religión, raza, género y clase se hacen normales con el tiempo: son "creencias" que toman la forma de figuras icónicas, y esa iconicidad es reproducida a través de la circulación mediática, logrando cierta eficacia. Ahora bien, más allá de la escena mediática, no hay dudas de que Foucault fue demasiado rápido al hacer la distinción histórica entre regímenes disciplinarios y predisciplinarios. Pueden trabajar en conjunto; lo hemos visto en varios países, incluyendo la Argentina de la última dictadura, cuando la psiquiatría trabajó junto con los sistemas de tortura. Quizá tengamos que repensar la idea de que la disciplina toma el lugar de la tortura. Pueden estar juntas, una puede liderar a la otra, o hacerse indistinguibles.

-Usted plantea que, de hecho, la tortura hoy está legitimada por discursos de saber que esencializan las diferencias culturales. ¿Cómo se da esta situación?

-En la guerra contra Irak la tortura se convirtió en un tipo de humillación sexual que produce coercitivamente al sujeto árabe, y que se basa en apropiaciones teóricas curiosas como las de The Arab mind, de Raphael Patai. Este libro de los años 70 pretende mostrar cómo es la mentalidad árabe y contiene una gran cantidad de prejuicios. Pues bien, The Arab mind fue material de lectura del personal militar, pero no lo fue la Convención de Ginebra, que regula el tratamiento de los prisioneros de guerra. Lo que se les inculcó a los militares es la idea de que las culturas árabes, supuestamente musulmanas, son premodernas y no aptas para la vida democrática. Esto sirve como una precondición para el tratamiento brutal de los prisioneros. Por un lado, es un prejuicio cultural. Por el otro, el prejuicio cultural en acción significa tortura.

-En relación con la cuestión del terrorismo invocado como motivo de guerra, usted rescata una posición polémica como la de Talal Asad, quien afirma que no hay manera de juzgar a la violencia como justa o injusta partiendo de su origen estatal o no estatal. En la Argentina, respecto de los delitos cometidos por la dictadura, se suele invocar la condición estatal como definitoria de la "lesa humanidad". ¿Podría explicar su posición?

-Por un lado, se podría decir que una de las razones de ser de un Estado democrático es la protección de los derechos humanos de los ciudadanos. Por el otro, debemos ser capaces de defender los derechos humanos de quienes no son ciudadanos. Si el Estado no puede proveer tal defensa, ¿qué hacemos? Es una cuestión de los derechos de quienes no pertenecen a ningún Estado y están implicados en acciones de guerra, pero también es cuestión de los indocumentados cuyos derechos humanos también deben ser protegidos. Si sólo consideramos como merecedoras de derechos a aquellas vidas que representan al Estado-nación, estamos definiendo tácitamente al ser humano en relación con su pertenencia a un Estado. Cualquiera que sea el significado de "humanidad", es evidente hoy que la violencia estatal destruye los derechos "humanos". Quién es un "ser humano" es una cuestión que surge de manera urgente por fuera de la ciudadanía como tal y en el límite del poder del Estado, y la manera en que resolvamos esta cuestión tendrá claras consecuencias sobre cómo pensamos la estatalidad y sus derechos. Quizá tengamos que poner entre paréntesis el poder del Estado para comenzar a repensar lo humano en su totalidad.

-¿Se puede suspender el poder del Estado? En el caso del matrimonio gay, que recientemente fue convertido en ley en nuestro país tras una virulenta polémica, la cuestión reside en pedirle al Estado que reconozca ciertos derechos a ciertas minorías, algo que a usted la perturba.

-Es cierto que en Marcos de guerra insisto sobre esta cuestión, pero quiero decir que no me opongo al matrimonio gay. Pienso que el matrimonio debe ser abierto a cualquier pareja de adultos que quieran entrar en ese contrato, sin fijarse en su orientación sexual. Es un asunto de igualdad de derechos civiles. Pero no sé si este derecho particular debe ser la vanguardia del movimiento gay. Deberíamos preguntarnos por qué el matrimonio está restringido a dos personas, aunque parezca una broma. ¿Cuáles son los modos en que es organizada la sexualidad, y por qué tipos de organización estamos luchando? Aquellos que están luchando por lograr otras formas sociales para la sexualidad se están convirtiendo en "minorías" dentro del movimiento para establecer los derechos de los gays al matrimonio. ¿Por qué no estamos pensando en otros modos de dependencia, parentesco y alianza sexual? ¿Por qué el movimiento no se focaliza en contrarrestrar la violencia de género en todos sus niveles o nos ayuda a sostener a los jóvenes queers o a luchar por vivienda digna y beneficios sociales para la gente de edad que no está dentro del modelo marital o familiar clásico?

-También critica las visiones esencialistas que reivindican el "derecho a la vida".

-Estas visiones piensan que ese derecho corresponde al de una vida individual. Por ese error quedamos presos de debates acerca de qué es un individuo vivo. Se trata de las normas que gobiernan la inteligibilidad de un ser humano. Podemos intentar otra interpretación: preguntarnos sobre las condiciones en las cuales la vida se hace vivible. Tenemos que luchar por esas condiciones. La pregunta por la vida en abstracto responde a posiciones cercanas al humanismo y al individualismo liberal. Lo que yo propongo es pensar a la vida a partir de sus condiciones sociales y desde allí juzgar qué vida merece ser vivida.


segunda-feira, 26 de julho de 2010

Eterno retorno


Luiz Werneck Vianna



Parece que o relógio da história atual do Brasil desandou: quanto mais ele avança no tempo mais volta ao seu passado em busca de velhas soluções. Fora de controvérsias a natureza bem-sucedida do nosso capitalismo, indicada de modo evidente na força do seu sistema financeiro, estatal e privado, no seu diversificado parque industrial, no agronegócio, na sua presença afirmativa na cena do mundo.

Essa força da economia capitalista brasileira é registrada, dia a dia, em todos os veículos da mídia que abrem amplos espaços aos seus temas - quando não inteiramente dedicados a eles -, mobilizando um sem número de especialistas em suas questões e na tradução de suas demandas para o governo e para a opinião pública, quando dissemina sua linguagem e seus valores em várias camadas sociais.

Essa presença poderosa da economia capitalista na nossa vida social se expressa com igual vitalidade na vida associativa que reúne os seus dirigentes em influentes corporações, como a Fiesp e a Febraban, para não mencionar a rede com que o chamado sistema S recobre, capilarmente, a sociedade civil, inclusive nas artes e na cultura, bem o caso do Sesc, que se substitui ao Estado na proteção de manifestações vulneráveis do ponto de vista do mercado, exemplarmente as da atividade teatral.

Tais êxitos, contudo, não podem ser inteiramente debitados à livre iniciativa, não sendo o resultado "natural", ao longo do tempo, das ações, cálculos e deliberações dos agentes econômicos, mas sim, em grande parte, ao Estado e à sua política que, desde os anos 1930, impuseram os objetivos e as linhas mestras do processo de modernização que recriou o país. A nossa modernização, como se sabe, nos veio verticalmente, de cima para baixo, caracteristicamente autoritária, ora duramente repressiva como nos ciclos 1937-45 e 1964-85, ora sob formas mais brandas como no governo JK, e da sua obra, como traços principais, ficaram não só a articulação solidária entre suas elites urbano-industriais com as agrárias como também formas de organização corporativa dos interesses de empresários e trabalhadores.

Com a democratização do país, o peso dessa herança logo se fez sentir. Salvo o caso do PT que se constituiu como um partido classista e de agregação de interesses dos trabalhadores - de início, fundamentalmente do setor industrial -, os grandes interesses dos setores urbanos industriais, assim como o dos agrários, tiveram um papel secundário na reorganização da vida partidária. Essa distância quanto aos partidos conta com mais um exemplo no Movimento dos Trabalhadores Sem Terra (MST), cuja opção foi a de preservar sua identidade de movimento social, deixando sem representação partidária direta o que nos restava de campesinato e a pequena propriedade rural.

Sob essa estratégia, as velhas formas de representação recuperaram viço, fortalecendo seus vínculos com o Estado e adotando uma perspectiva instrumental em relação aos partidos - no interior do Legislativo, segmentos de interesses atuam por meio de bancadas de parlamentares pertencentes a vários partidos. Tal prática se tem reforçado pelo fato de os últimos governos, especialmente o do PT, terem atribuído posições-chave na administração pública a lideranças de corporações. Nessa direção, o governo do PT foi além ao criar o Conselho de Desenvolvimento Econômico e Social, de formatação inequivocamente corporativa, a fim de exercer funções de mediação direta entre ele e a sociedade.

Com essa orientação, o atual governo, oriundo do antigo partido classista dos anos 1980, restaura o estilo e instituições típicas do Estado Novo, redescobrindo, em condições de plena democracia política, a fórmula de um capitalismo politicamente orientado que não impõe seus fins a seus agentes econômicos porque os estabelece em negociação com eles. Assim, temos o processo de modernização mais bem-sucedido do antigo 3º Mundo, temos uma Constituição que consagra a democracia política e cria instrumentos eficazes para sua defesa e aperfeiçoamento, mas não contamos com partidos fortes, nem com uma sociedade robusta em termos de organização política.

O liberalismo dos empresários é vocalizado nos editoriais e nas páginas de opinião dos grandes jornais; o socialismo, nas revistas dos intelectuais. Mas, como ninguém ignora, nem um nem outro são figuras em extinção, eles estão aí, inclusive como ideologia silenciosa de próceres da atual administração. Mas se não há, na sociedade, espaço para sua expressão é porque esse Estado que está aí não admite espaço vazio que não tenha a marca da sua ocupação.

Fora do mundo dos interesses organizados e das instituições dedicadas a eles, há o povo, objeto passivo das políticas públicas, mas presença determinante na hora das urnas, quando a linguagem sistêmica conta pouco, salvo para o grupo seleto dos diretamente envolvidos em sua lógica. Para ele, se reserva a linguagem dos sentimentos, como a da compaixão, porque será da sua inclinação que se vai ter a decisão do lado vencedor.

A ressurgência do tema do populismo, lido agora em luz favorável, mesmo por parte dos seus ferozes críticos no passado, vem dessa atrofia da política, da imobilização da sociedade diante de um Estado que traz tudo para si como se fosse um agente da Providência. Não há porque discutir os rumos possíveis para a nossa sociedade: sistemicamente, eles já estão previstos, o que cumpre fazer é ganhar a alma popular, quando a política se confunde, então, com as artes demiúrgicas de quem, por destino, aprendeu a decifrá-la.

Os textos veiculados pela Agência Sebrae de Notícias podem ser reproduzidas gratuitamente, apenas para fins jornalísticos, mediante a citação da agência. Para mais informações, os jornalistas devem telefonar para (61) 3348-7494 ou (61) 2107.9362, no horário das 10h às 19h.





terça-feira, 20 de julho de 2010

O professor hiperativo



Por Paulo Ghiraldelli Jr., filósofo, escritor e professor da UFRRJ.



Minha amiga, professora Célia Tranto, carrega um volume de trabalho que, segundo diz, a tira da possibilidade de ler o que deseja. Ela não é exceção. Em geral, o professor universitário, na universidade pública, apesar de ter suas horas de aula fixadas de modo razoável e seu tempo de pesquisa satisfatoriamente cedido, diz que está assoberbado de trabalho. Acredito que os professores universitários realmente estão sob pressão, mas temo que estejam enganados ao acreditarem que essa realidade é imutável ou que se trata de uma realidade alheia ao que podem decidir.

A maior parte dos professores, para explicar esse “seqüestro” levado adiante pelo trabalho, repete um discurso que é arrumado demais, que os satisfaz, mas que vejo como uma justificativa não tão boa quanto lhes parece. Falam sempre em “globalização”, “educação como mercadoria”, “produtividade” e, alguns, enchem a boca ao usar o termo “neoliberalismo” – essa palavra que tanto a esquerda quanto a direita adora, nem sempre sabendo do que se trata. Não sei bem se essas palavras que viraram corriqueiras no mexe-mexe da bochecha de professores e que, agora, já aparecem nas provas de alunos, são realmente levadas a sério pelos que as pronunciam. Muitas vezes, chego a pensar que elas já estão sendo ditas mecanicamente. Pois, se cada professor que se diz assoberbado de atividades refletisse sobre o que faz na universidade, veria que as demandas que assume não são tão obrigatórias quanto ele mesmo afirma que são. Uma boa parte do que fazem é assumida por deliberação livre e, não raro – e isso é que é o problema – em detrimento do cuidado que poderiam ter com os alunos da graduação.

É claro que um professor que está em formação, fazendo o seu mestrado ou doutorado, ou mesmo um jovem doutor, tende a se envolver em muitas atividades. Mas, numa boa parte das universidades públicas, há um contingente de professores já com doutorado, ou mesmo professores livres-docentes e titulares, ou seja, veteranos que, enfim, poderiam estar em maior convivência com os estudantes do que realmente estão. Não digo em sala de aula ou bancas. Digo no convívio mesmo, na troca efetiva de experiências. No entanto, assumem atividades administrativas variadas ou então se envolvem em projetos nem sempre tão úteis a eles mesmos ou à cultura quanto imaginam ou tentam justificar para si mesmos. A “cultura da agitação” se sobrepõe à “cultura da produtividade”, embora a responsabilidade pela “falta de tempo” seja jogada nas costas da segunda, é claro.

Ninguém tem tempo. Todos estão muito ocupados. Há congressos, viagens internacionais e nacionais, aulas de pós-graduação sabe-se lá onde e, enfim, todo tipo de reunião e cargos e comissões. Quanto mais coisa aparece, mais coisas assumem. Quando não aparece, inventam. Dizem que “não houve como dizer não”. Será que eles realmente acreditam que não podiam dizer não ou eles não responderam com a negativa com medo de serem esquecidos quando a oferta for compensadora? Ou eles simplesmente não disseram não porque o que lhes foi oferecido, apesar de não ser bom, lhes dá status que, pensam eles, irá abrir porta para mais status?

Tudo isso tem um preço. Quem paga mais são os alunos da graduação. Esses alunos são vistos como incômodo e, para que não perturbem os seus professores por meio de possíveis “pensamentos livres”, são abarrotados de trabalhos “para entregar”. Isso coloca tais garotos impedidos da vivência universitária e até mesmo sem o tempo necessário para o estudo. Ao final de quatro anos, os professores estão esgotados, os alunos mal formados. A dita falta de tempo fez tudo correr a favor da “pedagogia bancária”, obedecida até mesmo pelos freireanos de carteirinha ou, talvez, muito mais por eles!

Quando colocados diante do prejuízo causado por essa situação toda, dizem os professores que caso não cumpram tudo “segundo esse figurino” não conseguirão a “promoção funcional”, tão necessária para o sustento de seus rebentos – mesmos quando estes já são homens feitos e mulheres bem colocadas profissionalmente. Será?

Não estou dizendo que os professores se engajam em uma vida marionetada exclusivamente por culpa própria. Concedo à política educacional do Brasil atual, para o ensino superior, a responsabilidade que ela tem. Sei, por exemplo, que Fernando Haddad está errado ao dar bolsa para professores para que eles cuidem da “educação continuada” para professores da rede escolar de ensino básico – falei isso pessoalmente a ele. O correto seria ampliar as licenciaturas, fazer o ensino público superior de qualidade crescer (e não o PROUNI) e, então formar bons professores. Para manter esses professores, então bem formados, no ensino básico, o que é necessário é um aumento salarial digno. Todo governo que entra não pensa no médio prazo, então joga a universidade na tarefa de reformar os já formados. É claro que uma política assim – que é uma constante em nosso país – tira o tempo do professor universitário. Há uma série de outras coisas desse tipo que tira o tempo do professor universitário. Mas, caso sejamos sinceros conosco mesmo, isso não é o determinante de nossa “falta de tempo”.

Nossa falta de tempo ainda é resultado, ao menos no ensino superior público, de escolhas e decisões que nós tomamos. São antes decisões nossas que coisas que nos caem na cabeça. Nós damos valor a cargos. Damos valor a títulos e elogios que nos parecem canalizados a tais cargos. Procuramos nos fazer notar por quem manda ou parece que manda e, ao fim, acabamos apenas deixando que o “seqüestro” ocorra. Sentimos que se não estamos em um programa de pós-graduação, ficando apenas na graduação, não temos prestígio. Chegamos a justificar nossa entrada em programas de pós através de frases um tanto infantis como “se não estou na pós não consigo financiamento para o meu projeto”. Ora, mas qual é o seu projeto? Que adianta projeto se o aluno da graduação está tendo uma aula aligeirada e se você não pode estar presente no meio dos alunos, para criar a cultura da troca de experiência?

Universidade sem vivência universitária não é universidade, é mais um cursinho a distância. Ora, mas já não está tudo se transformando em curso a distância? Essa é a idéia geral: tirar as pessoas da condição de poderem viver e trocar experiências. O seqüestro promovido pela falta de tempo faz parte de um seqüestro maior, que é o roubo da alma por meio do isolamento do corpo, um destino posto já há algum tempo pelo projeto da modernidade. O professor universitário, todos os dias, cede a isso e, irresponsavelmente, diz que “é assim mesmo”. É a “globalização”, a “mercadorização” e… (ah, minha sina!) o “neoliberalismo”. Como o professor universitário gosta desse discurso pseudo-político que lhe tira a responsabilidade!

Cedemos à “cultura da pressa” e, logo em seguida, culpamos a “cultura da produtividade”. Não somos tão produtivos assim – isso pode bem ser notado se olharmos o que nossos alunos de graduação, ao final de quatro anos, sabem fazer.

Ouve um tempo que havia uma doença que era a da “criança hiperativa”, com dificuldade de aprendizado. Essa doença raramente ataca, agora, as crianças.


terça-feira, 13 de julho de 2010

Patriacardo da violência: o caso Eliza



Por Débora Diniz*

Eliza Samudio está morta. Ela foi sequestrada, torturada e assassinada. Seu corpo foi esquartejado para servir de alimento para uma matilha de cães famintos. A polícia ainda procura vestígios de sangue no sítio em que ela foi morta ou pistas do que restou do seu corpo para fechar esse enredo macabro. As investigações policiais indicam que os algozes de Eliza agiram a pedido de seu ex-namorado, o goleiro do Flamengo, Bruno. Ele nega ter encomendado o crime, mas a confissão veio de um adolescente que teria participado do sequestro de Eliza. Desde então, de herói e "patrimônio do Flamengo", nas palavras de seu ex-advogado, Bruno tornou-se um ser abjeto. Ele não é mais aclamado por uma multidão de torcedores gritando em uníssono o seu nome após uma partida de futebol. O urro agora é de "assassino".

O que motiva um homem a matar sua ex-namorada? O crime passional não é um ato de amor, mas de ódio. Em algum momento do encontro afetivo entre duas pessoas, o desejo de posse se converte em um impulso de aniquilamento: só a morte é capaz de silenciar o incômodo pela existência do outro. Não há como sair à procura de razoabilidade para esse desejo de morte entre ex-casais, pois seu sentido não está apenas nos indivíduos e em suas histórias passionais, mas em uma matriz cultural que tolera a desigualdade entre homens e mulheres. Tentar explicar o crime passional por particularidades dos conflitos é simplesmente dar sentido a algo que se recusa à razão. Não foi o aborto não realizado por Eliza, não foi o anúncio de que o filho de Eliza era de Bruno, nem foi o vídeo distribuído no YouTube o que provocou a ira de Bruno. O ódio é latente como um atributo dos homens violentos em seus encontros afetivos e sexuais.

Como em outras histórias de crimes passionais, o final trágico de Eliza estava anunciado como uma profecia autorrealizadora. Em um vídeo disponível na internet, Eliza descreve os comportamentos violentos de Bruno, anuncia seus temores, repete a frase que centenas de mulheres em relacionamentos violentos já pronunciaram: "Eu não sei do que ele é capaz". Elas temem seus companheiros, mas não conseguem escapar desse enredo perverso de sedução. A pergunta óbvia é: por que elas se mantêm nos relacionamentos se temem a violência? Por que, jovem e bonita, Eliza não foi capaz de escapar de suas investidas amorosas? Por que centenas de mulheres anônimas vítimas de violência, antes da Lei Maria da Penha, procuravam as delegacias para retirar a queixa contra seus companheiros? Que compaixão feminina é essa que toleraria viver sob a ameaça de agressão e violência? Haveria mulheres que teriam prazer nesse jogo violento?

Não se trata de compaixão nem de masoquismo das mulheres. A resposta é muito mais complexa do que qualquer estudo de sociologia de gênero ou de psicologia das práticas afetivas poderia demonstrar. Bruno e outros homens violentos são indivíduos comuns, trabalhadores, esportistas, pais de família, bons filhos e cidadãos cumpridores de seus deveres. Esporadicamente, eles agridem suas mulheres. Como Eliza, outras mulheres vítimas de violência lidam com essa complexidade de seus companheiros: homens que ora são amantes, cuidadores e provedores, ora são violentos e aterrorizantes. O difícil para todas elas é discernir que a violência não é parte necessária da complexidade humana, e muito menos dos pactos afetivos e sexuais. É possível haver relacionamentos amorosos sem passionalidade e violência. É possível viver com homens amantes, cuidadores e provedores, porém pacíficos. A violência não é constitutiva da natureza masculina, mas sim um dispositivo cultural de uma sociedade patriarcal que reduz os corpos das mulheres a objetos de prazer e consumo dos homens.

A violência conjugal é muito mais comum do que se imagina. Não foi por acaso que, quando interpelado sobre um caso de violência de outro jogador de seu clube de futebol, Bruno rebateu: "Qual de vocês que é casado não discutiu, que não saiu na mão com a mulher, né cara? Não tem jeito. Em briga de marido e mulher, ninguém mete a colher". Há pelo menos dois equívocos nessa compreensão estreita sobre a ordem social. O primeiro é que nem todos os homens agridem suas companheiras. Embora a violência de gênero seja um fenômeno universal, não é uma prática de todos os homens. O segundo, e mais importante, é que a vida privada não é um espaço sacralizado e distante das regras de civilidade e justiça. O Estado tem o direito e o dever de atuar para garantir a igualdade entre homens e mulheres, seja na casa ou na rua. A Lei Maria da Penha é a resposta mais sistemática e eficiente que o Estado brasileiro já deu para romper com essa complexidade da violência de gênero.

Infelizmente, Eliza Samudio está morta. Morreu torturada e certamente consciente de quem eram seus algozes. O sofrimento de Eliza nos provoca espanto. A surpresa pelo absurdo dessa dor tem que ser capaz de nos mover para a mudança de padrões sociais injustos. O modelo patriarcal é uma das explicações para o fenômeno da violência contra a mulher, pois a reduz a objeto de posse e prazer dos homens. Bruno não é louco, apenas corporifica essa ordem social perversa.

Outra hipótese de compreensão do fenômeno é a persistência da impunidade à violência de gênero. A impunidade facilita o surgimento das redes de proteção aos agressores e enfraquece nossa sensibilidade à dor das vítimas. A aplicação do castigo aos agressores não é suficiente para modificar os padrões culturais de opressão, mas indica que modelo de sociedade queremos para garantir a vida das mulheres.
 
* Antropóloga e professora da UNB.
 
Publicado no Estadão.

terça-feira, 6 de julho de 2010

Para pensar....

“Ninguém mais considera seriamente as possíveis alternativas ao capitalismo, enquanto a imaginação popular é assombrada pelas visões do futuro “colapso da natureza”, da eliminação de toda a vida sobre a Terra. Parece muito mais fácil imaginar o “fim do mundo” que uma mudança muito mais modesta no modo de produção, como se o capitalismo fosse o “real” que de algum modo sobreviverá, mesmo na eventualidade de uma catástrofe ecológica global”. Slavoj Zizek.

quinta-feira, 1 de julho de 2010

A ralé brasileira: Entrevista Jessé Souza

Entrevista realizada pelo jornalista Uirá Machado, da Folha de S. Paulo, cedida na integra ao sempre excelente sitio Gramsci e o Brasil.  Jessé Souza é coordenador do Centro de Pesquisa sobre Desigualdade Social da Universidade Federal de Juiz de Fora e, com André Grillo e outros, lançou recentemente o livro A ralé brasileira: quem é e como vive (Belo Horizonte: Ed. UFMG), em que estuda as características dessa “parcela da população que vive como subgente”.



Diversos estudos mostram que a proporção de brasileiros vivendo abaixo da linha de miséria caiu 43% desde 2003. Em seu último livro, o senhor diz ser falsa a tese de que a desigualdade brasileira está desaparecendo. Por quê?

Em primeiro lugar há que se dizer que esses números são expressivos e refletem tanto o efeito do recente crescimento da economia brasileira, quanto, também, o sucesso inegável de diversas políticas sociais do atual governo. Os índices que demonstram recuo na miséria ou pobreza a partir de um patamar absoluto de renda, dizem, no entanto, apenas que a pobreza absoluta diminuiu. A desigualdade é um conceito relacional e diz respeito à distância — no nosso caso o abismo — entre as diversas classes sociais que disputam recursos escassos em uma sociedade dada. Existe aqui, portanto, o risco de que o “fetiche do número” encubra o principal.

O principal é que o Brasil é uma das sociedades complexas mais desiguais do planeta, porque entre 30% a 40% de sua população têm inserção precária tanto no mercado quanto na esfera pública. Existe toda uma “classe social”, nunca percebida enquanto tal no debate público — a não ser fragmentariamente enquanto temas soltos e sem relação entre si como “violência”, “desqualificação da mão de obra”, “insegurança pública”, “repetência escolar”, “criminalidade”, “transporte público”, “saúde pública”, etc. — que tende a reproduzir sua precariedade indefinidamente. Imaginam-se 500 problemas para não se ver o único problema efetivo que é a raiz e o núcleo de todos os outros. Fragmenta-se indevidamente a realidade e confundem-se as hierarquias das questões para não se ver o óbvio: que somos uma sociedade altamente conservadora e perversa que aceita conviver com uma porção significativa da sua população vivendo como “subgente”, com empregos precários e sem articulação política de seus interesses.

É esse fato, e não nenhum outro, o que verdadeiramente nos separa das sociedades política e moralmente mais avançadas do chamado “primeiro mundo”. Essa classe social, que chamamos provocativamente de “ralé”, num pais que eufemiza, nega e jamais discute seus conflitos de frente, é a mão de obra barata a serviço das classes média e alta que podem — contando com o exército de empregadas, faxineiras, moto-boys, porteiros, zeladores, carregadores, babás e prostitutas, para o serviço pesado e desvalorizado — se dedicar às ocupações rentáveis e com alto retorno em prestígio e reconhecimento. É isso que chamo de “desigualdade abissal” como nosso problema central. Os outros são “nuvens de fumaça” para que não se perceba o que é importante e o que hierarquicamente deveria vir primeiro.


O Bolsa Família é frequentemente apontado como um dos grandes trunfos do governo Lula. Qual sua avaliação sobre esse programa?

O bolsa família tem extraordinário impacto social, econômico e político, com investimento público relativamente muito baixo. É incrível que não se tenha pensado nisso antes. Mais incrível ainda que exista gente que é contra. Boa parte da dinamização do mercado interno brasileiro tem relação direta com o bolsa família, como tivemos ocasião de ver empiricamente em nossa última pesquisa, já no prelo, acerca da “nova classe média”, denominação, aliás, muito infeliz e que criticamos na pesquisa.

Por outro lado, o bolsa família não tem condições, sozinho, de reverter o quadro de desigualdade e “incluir” e “redimir” a “ralé” enquanto classe social precarizada em todas as dimensões. Esse é um desafio que tem que ser de toda a sociedade brasileira, que envolve processos de conscientização em todos os níveis. Muda-se uma sociedade quando esta “aprende coletivamente” e ascende a novos patamares de consciência moral e política, por exemplo, “se responsabilizando”, sem procurar bodes expiatórios fáceis, pelas mazelas sociais que produziu historicamente. Botar a culpa no Estado é fácil. Mas não existe ação estatal realmente efetiva sem conscientização social também efetiva e real.


Em A ralé brasileira, o senhor critica a visão da educação como panaceia para os males do país. Mas é justamente nessa área que o setor empresarial armou uma de suas mais fortes bandeiras, o “Todos pela Educação”. Trata-se de um equívoco de quem se engajou nessa campanha?

É claro que a educação é um fator fundamental para o progresso social em todas as dimensões. O problema é que a competição social não começa na escola. Ela começa em casa, no berço, na imitação e na identificação afetiva das crianças com quem elas amam. Se os pais ou figuras de referência são indivíduos de classe média ou alta, ou seja, indivíduos que aprenderam a ser disciplinados, autocontrolados e a verem o futuro como mais importante que o presente, vamos ter também certas virtudes de classe, como a que permite a “capacidade de concentração”, algo determinante no sucesso escolar e depois no mercado de trabalho.

A capacidade de se “concentrar”, vimos isso repetidas vezes na nossa pesquisa, não é “natural”. É um aprendizado de “classe”, de certas classes privilegiadas, privilégio este transmitido de modo afetivo e “invisível”. É um “privilégio de sangue”, na verdade, e não produto de qualquer “mérito individual”. De acordo com a própria justificação moral tanto do mercado quanto da sociedade modernas, fundada na pressuposição da “igualdade de oportunidades”, o que temos é toda uma classe social esquecida, abandonada e construída para servir, a baixo custo, com trabalho sujo e pesado, às necessidades das classes média e alta brasileiras que possuem privilégios sem igual na Europa e nos EUA. Sem que se considere que as crianças de classes sociais diversas chegam a escola como vencedoras ou como perdedoras já aos 5 ou 6 anos de idade, então o que iremos ter é a uma escola que só vai corroborar e oficializar o engodo do “mérito caído do céu” de uns e legitimar, com a autoridade do Estado e a anuência de toda a sociedade, o “estigma” dos outros.

É precisamente desse modo, que o abandono de uma sociedade perversa, que nunca se responsabilizou — nem quer se responsabilizar — pela miséria que ajudou a criar e a reproduzir, se transforma em “culpa individual” da própria vítima do abandono. É o pobre, que não teve a oportunidade de incorporar os pressupostos emocionais e sociais de qualquer processo de aprendizado, que se torna o “burro”, o “preguiçoso”, o “tolo”, em suma: o culpado do próprio destino. Existe melhor legitimação para a reprodução infinita de todos os privilégios?

A eleição presidencial deste ano está polarizada entre dois candidatos com um discurso gerencial. Para muitos, isso indica uma certa maturidade do país, que conseguiu consolidar suas instituições e agora precisa administrar sua economia. O senhor, contudo, critica duramente o discurso economicista. Por quê?

A pergunta enseja que nos perguntemos, em primeiro lugar, o que é “maturidade”. Maturidade, seja na dimensão individual ou coletiva, é a capacidade de perceber e de lidar com os inevitáveis conflitos e contradições da vida. Uma sociedade é madura quando ela olha de frente e sem medo para seus conflitos e contradições principais e aceita o desafio de resolvê-los. Reduzir e amesquinhar os conflitos sociais às questões técnicas de administração econômica é o contrário de maturidade.

Minha crítica ao que chamo de “discurso economicista” não é também uma negação da extraordinária importância da economia, nem muito menos uma crítica pessoal aos profissionais da economia. Minha crítica é à extraordinária pobreza de um debate público que reduz, distorce e amesquinha todas as questões e conflitos sociais aos imperativos da reprodução da economia. A inversão é patológica e reflete uma sociedade doente: ao invés do mercado ser pensado como servindo à sociedade, é a sociedade que é percebida como “insumo” do mercado. A penetração desse modo de pensar se dá de maneira, ao mesmo tempo, imperceptível e virulenta: terminamos por nos avaliar sempre pelo tamanho de nosso PIB e não pela forma que nos tratamos uns aos outros em sociedade.

O senhor afirma que o “mito da cordialidade brasileira”, de Gilberto Freyre, resulta numa “aversão a toda forma de explicitação de conflito e de crítica”. Lula foi um presidente que buscou evitar conflitos a todo custo, bem ao gosto de sua tradição sindicalista conciliadora, montando inclusive um governo de coalizão. Ele contribuiu para empobrecer o debate acadêmico e político?

Qualquer político tem de conciliar interesses contraditórios. Não existe fórmula prévia que possa definir de que modo e em que medida deve-se conciliar ou quando se deve partir para o enfrentamento. Apenas os resultados práticos que se alcançam pode nos dizer se, no caso, tratou-se de uma “boa conciliação”, que permitiu avanços sociais importantes, por exemplo, ou uma “má conciliação” que produziu resultados pífios.

Quando falei de “aversão ao conflito e a crítica” sequer pensei também numa crítica a Gilberto Freyre, que afinal criou um “conto de fadas para adultos” convincente — que é o que todo mito nacional na realidade é —, além de muito eficiente e com ampla penetração nacional. Não existe nada de mau nisso. Toda sociedade precisa de mitos que evoquem sentimentos de solidariedade e pertencimento coletivo.

Problemático é o que a inteligência nacional fez com esse mito. Nossa ciência social dominante — que influencia todo o debate público, dado que apenas a ciência possui a legitimidade para falar com autoridade sobre qualquer assunto de interesse público — se apropriou do mito “positivo” de Freyre e inverteu o sinal. Tudo o que era motivo de elogio para Freyre passa a ser negativo. Sérgio Buarque é o pioneiro dessa inversão especular de Freyre e, depois dele, praticamente todos os grandes intérpretes brasileiros desde então. Uma “cultura” emotiva e sentimental, antes elogiada, passa a ser percebida como índice de pré-modernidade. Ainda que os “homens cordiais” de Sérgio Buarque, indignos de confiança e “amigo dos próprios interesses”, sejam todos os brasileiros, pouco a pouco apenas o Estado será percebido como a “casa da cordialidade” que confunde o público e o privado. Por algum milagre, que ninguém explica, o mercado fica a salvo da “cordialidade” e de seus males. A “brasilidade cordial”, definida como emotiva e sentimental por oposição à racionalidade e ao cálculo, torna-se o problema maior do Brasil e passa a habitar apenas o Estado ineficiente, politiqueiro e corrupto, definindo o conceito mais importante das ciências sociais e do debate público brasileiro até hoje: o conceito de “patrimonialismo”.

O conceito de patrimonialismo distorce e simplifica a realidade de várias maneiras, mas, sempre, na mesma direção: o mercado é percebido como a esfera idealizada de todas as virtudes e o Estado como a esfera que encerra todo o mal e toda a corrupção. Na verdade é um absurdo separar mercado e Estado, que são realidades interdependentes e um não existe sem o outro, e mais absurdo ainda imaginar que não exista corrupção também no mercado — e isso no mundo inteiro — não existindo qualquer privilégio “patrimonialista” brasileiro nessa questão. A última crise financeira e as sucessivas crises provocadas por balanços “maquiados” de empresas e de países inteiros — como no caso recente da Grécia — apenas deixam essa questão clara como a luz do sol. Como sempre o pior cego é aquele que não quer ver.

A verdadeira função deste “conceito” é dramatizar um falso conflito — entre mercado e Estado —, de modo a esconder todos os reais conflitos que nunca chegam sequer a atingir o patamar de tema digno de ser discutido, como precisamente no caso da reprodução indefinida de uma “ralé” de indivíduos precarizados por abandono e descuido. Os falsos conflitos estão sempre no lugar de conflitos reais. A dramatização de um conflito superficial e falso serve para que os conflitos que cindem a sociedade brasileira de fio a pavio sequer sejam percebidos como problema. É assim que se constrói uma sociedade perversa e conservadora que ainda se imagina “crítica” e “moralmente indignada”.

O senhor tem argumentado que o conceito de classes sociais não pode se limitar à questão da renda e que apenas uma nova compreensão das classes sociais poderia levar o país a combater de fato a desigualdade. Como isso se daria?

A redução das classes sociais ao seu substrato apenas econômico, seja à renda ou ao lugar na produção, erro comum tanto ao liberalismo dominante quanto ao marxismo enrijecido dominado, implica “falar” de classes sociais sem que nada se compreenda de sua importância. Percebem-se apenas os aspectos “materiais” como dinheiro ou transmissão de propriedade, e se “esquece” da transmissão de “valores imateriais”, como as formas específicas de agir e reagir no mundo, os quais, esses sim, constituem os indivíduos como indivíduos de classe.

São os valores e as disposições para o comportamento individual incutidos desde a mais tenra infância na socialização familiar típica de cada classe que criam os privilégios positivos de um lado e negativos de outro. Como regra, as virtudes são todas do “espírito”, como a inteligência, o cálculo, a razão distanciada, ou até o “expressivismo blasé”; já os vícios, por outro lado, são todos ligados ao “corpo”, como a sexualidade sem controle, os afetos, a emotividade, a força muscular, etc. As classes superiores “in-corporam” — literalmente tornam “corpo”, automático, como quem anda ou respira — as virtudes espirituais como a capacidade de concentração, por exemplo, decisiva no sucesso escolar. As classes inferiores “in-corporam” as virtudes ambíguas do corpo, assim como todos os outros dominados como as mulheres — por oposição ao homem — e o negro — por oposição ao branco.

Em todas as dimensões da competição social por recursos escassos de todo tipo, no entanto, são as virtudes do espírito aquelas que recebem bons salários, prestígio e reconhecimento social. As classes do “corpo” tendem a ser literalmente “animalizadas”, podendo ser usadas e instrumentalizadas e até mortas por policiais sem que ninguém se comova com isso. O fato é que existem sociedades — que aprenderam a enfrentar seus desafios de frente — que reduziram o percentual de classes excluídas e animalizadas a um mínimo. Penso aqui nas principais democracias europeias. Nós escolhemos nos indignar moralmente com falsos conflitos e negar patologicamente qualquer responsabilidade social pela miséria econômica, existencial e política de parte considerável de nossa população.

A “meritocracia” está em larga medida consolidada nas sociedades contemporâneas, mas o senhor diz ser falsa a ideia de que o desempenho é o fator diferencial entre os indivíduos. Por quê? E qual a alternativa?

O problema não é com a idéia do “desempenho diferencial” como fundamento do mérito individual. O problema é o “esquecimento” de que todo “mérito individual” é socialmente construído. Isso tem a ver com o “esquecimento” também das heranças imateriais, emotiva e afetivamente transmitidas, que compõem as diversas classes sociais. A sociedade constrói — pelo “privilégio de sangue”, ou seja, pela sorte de se nascer na “família certa” — indivíduos destinados ao sucesso e ao “mérito”, que são os indivíduos aos quais são transmitidos os pressupostos emotivos, afetivos e morais que garantem o sucesso na escola e depois no mercado capitalista, e outros indivíduos destinados ao fracasso e ao não-mérito, ou seja, ao “estigma”, por não terem tido a mesma chance e por terem nascido na “família errada”, ou seja, por exemplo, numa família da “ralé”.

Qual a “justiça” que há nisso? Esse argumento atinge o coração da legitimação social de qualquer sociedade moderna, posto que as sociedades modernas nasceram e se legitimaram, em oposição a todas as formas pré-modernas de sociabilidade, precisamente pela idéia da superação de todo “privilégio de sangue”, ou seja, pela pressuposição da superação de todo privilegio de origem familiar. A reprodução da legitimidade no tempo de toda sociedade moderna depende também da manutenção dessa ilusão. Transferir a culpa social para o próprio indivíduo, como acontece com os membros de nossa “ralé”, que se imaginam efetivamente “burros” e incapazes de aprender, é parte fundamental dessa estratégia de distorcer a realidade para a manutenção indefinida de privilégios nada meritocráticos.


O governo Lula contribuiu em alguma medida para reduzir essa desigualdade abissal a que o senhor se refere? E o governo FHC?

As sociedades que conseguiram superar efetivamente, em medida significativa pelo menos, a separação entre gente e subgente e entre cidadão e subcidadão o fizeram como esforço de toda a sociedade e não apenas do Estado. O Estado não é um ente todo poderoso que possa atuar, com sucesso, contra consensos sociais arraigados. Houve avanços inegáveis nas últimas décadas como o ganho de racionalidade econômica no período FHC e a tentativa bem sucedida, ainda que incompleta, de repor a questão social como a questão central brasileira no período Lula. Mas o futuro pode ser mais audacioso. O crescimento econômico continuado e a descoberta de novas riquezas podem ser mecanismos importantes para redefinir e transformar o padrão excludente de sociedade que tem sido o único que conhecemos. Mas a mudança social é muito mais do que condições econômicas favoráveis. Elas exigem pensar o Brasil de modo novo. Um Brasil que encare seus conflitos de frente sem muletas fáceis do tipo “Estado patrimonial”.

O senhor diria que os dois principais candidatos empobrecem a discussão ao reproduzir um discurso gerencial de viés economicista?

Existe um aspecto “gerencial” que é perfeitamente legítimo e como tal ele enriquece o debate político. Há que se usar bem os recursos disponíveis e esse tipo de “racionalidade técnica” é indispensável. Mas a racionalidade técnica é um “meio” não é um “fim”. A questão relevante é sempre para que ou para quem serve a racionalidade técnica? Quando se fala da racionalidade técnica como um fim em si é porque não se pode nomear para quem ou para que ela serve.

Quando o senhor diz que ainda existem privilégios de sangue, parece que a Queda da Bastilha não ressoou por aqui. É isso mesmo? Nossa sociedade é medieval desse ponto de vista?

Os privilégios de sangue são, na realidade, privilégios de classe já que a reprodução emotiva e sentimental das classes se dá no seio das famílias que são, por sua vez, formatadas de acordo com uma herança de classe muito específica. Todas as sociedades modernas procuram esconder o pertencimento de classe posto que só ele pode esclarecer a origem de todos os privilégios que se reproduzem no tempo. As sociedades modernas, todas elas, têm que se apresentar como “sociedades de indivíduos”, se possível sem passado e sem vínculos sociais e comunitários. A imensa maioria dos filmes, novelas, livros de grande venda e propagandas de todo tipo reforçam essa ilusão. O “esquecimento” do vínculo que liga os indivíduos a classes sociais determinadas é, em qualquer sociedade moderna, o maior segredo da dominação social porque permite que os privilégios sejam percebidos como “mérito individual” e, sejam, portanto, justificados.

Mas as sociedades não são iguais. Existem sociedades politicamente e moralmente mais avançadas do que a nossa porque foram sociedades que aprenderam a conviver e a institucionalizar o conflito social ao invés de negá-lo patologicamente como fazemos. Nessas sociedades existem também canais alternativos para idéias e concepções alternativas. Mas nós também podemos aprender. O que foi feito pelo homem pode ser refeito por ele. Perceber o mundo como contingente e possível de ser modificado — e não como “natural” e como o único possível — é sempre o melhor começo.